Don Florentino Aguilera compartía con su madre, doña Ascensión, un enorme y destartalado Principal en la calle Infantas. El piso era muy largo por lo que parecía estrecho, lo que facilitaba que madre e hijo, cada cual, disfrutara de sus dominios. La madre se había instalado en las habitaciones más próximas a la puerta de entrada, lo que facilitaba su jurisdicción sobre el mejor salón, para recibir bien a las visitas, decía ella, un gabinete, un amplio dormitorio, el cuarto de baño y la cocina, propiedad de Trini, que, en la medida de sus fuerzas atendía a doña Ascensión y mantenía el orden de la casa. Trini dormía en un cuarto junto al dormitorio de doña ascensión. Don Florentino, sus papeles y sus libros, ocupaban el resto.
Don Florentino se percató del interés que despertaba Carmencita en el joven León y que éste, a su vez, a ella no le era indiferente, así que este joven pasó a ocupar un lugar prioritario en sus desvelos y por ello lo invitaba a su casa con el objetivo de conocerlo mejor.
Quien no supiera de la vida y pormenores de don Florentino apreciaría que éste y Carmencita Rivas formaban una extraña pareja. A primera vista parecían una joven actriz y su protector: siempre estaba junto a ella, o cerca, y todas las noches cumplía la formalidad de acompañarla hasta su casa, un segundo interior situado en la calle de San Vicente Ferrer, donde vivía con su madre hasta que recogió a Paqui, la hija huérfana de unos cómicos de la legua, muertos en accidente de coche.
María Flores, madre de Carmen Rivas, había sido costurera en Cornejo, quien la mandaba al Fontalba, preferentemente, para hacer composturas, ajustes y reparaciones sobre la marcha. Como no tenía con quién dejar a Carmencita, la llevaba consigo y ambas ocupaban el cuchitril entre camerinos que servía de probador y taller, de modo que Carmencita vivía las noches de teatro como una componente más. El padre de Carmencita, Eliseo Rivas, siempre dijo que Madrid no le daba suerte ni reconocía su valía para los negocios, por eso marchó para Sudamérica en busca de fortuna: allá se haría rico y se llevaría con él a su mujer y a su hija. Éstas recibieron, procedentes de un lugar de Venezuela, unas cuantas cartas melifluas y sentimentales, cargadas de promesas, hasta que dejaron de llegar. Así, Carmencita sólo conservaba de su padre un vago recuerdo y el apellido, que utilizó en el nombre artístico porque le sonaba bien, a ella, a su madre y a don Florentino, que ejercía de padre con ella, y con doña María mantenía una relación en la que se podía decir que campaba el amor a su manera.
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