Me está costando leer este poemario de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, no por difícil u oscuro, Dios me libre, sino porque me conmueve demasiado su yo poético ¿Por qué? Porque veo en él un ajuste de cuentas con la vida: el deseo, la decepción, la rabia, la conformidad, las penas y los miedos se expresan con un lenguaje selecto en el que no tienen sitio la imprecación y la estridencia, donde el yo se manifiesta en un decir sereno que no levanta rechazo alguno para germinar bien dentro.
Al enfrentarme a esta obra, me he asomado, he metido la punta del pie, la mano, he titubeado, hasta que me he tirado de cabeza, que es la forma de entrar de lleno y con todo. He andado por las cuatro partes que nos propone, por esos sentimientos nombrados, por esos recuerdos de infancia y adolescencia mirados desde esa madurez a la que aspiramos y tanto cuesta llegar, a la que conversa consigo misma con honestidad y sin concesiones.
Como ejemplo me permito reproducir este y solo este poema; del resto, queridos lectores, os debéis hacer cargo. Y me permito decir que no os pesará; o sí a quien persista en el engaño de quien se niega a crecer.
Mis besos tardíos
alientan el agua enmudecida de tu boca
Silencio en la estación de los abrazos.
Extravío.
Última ofrenda de mi amor crepúsculo.
Y después, humo.
Solo humo.
Y termino. Para mí, esta es una obra de plenitud: Isabel Fernández Bernaldo de Quirós nos entrega su mejor y más depurada poesía, toda ella sensibilidad, hondura y verdad poéticas.
Sobre el libro: El aire que rompe la niebla, Ediciones Vitruvio, Madrid (2020)
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