Ante el umbral

Salió del ascensor y, despacio, no con pasos vacilantes sino lentos, llegó al umbral de la puerta de su casa. No había preparado la llave, siempre alzada como lanza en ristre para ganarle tiempo a la espera, para así anticipar el placer de gozar de la sensación de sentirse en el seno materno. Se paró ante la puerta, la miró de arriba abajo, de lado a lado, como si fuera la primera vez, como si estuviera ante la puerta de una habitación de hotel, como quien teme penetrar en un lugar desconocido y hostil. No era temor, no había razón para ello; era la puerta de su casa. Pero Ángel Coello se mantuvo así, inmóvil, un tiempo que, a otro, o a él mismo, se le hubiera hecho interminable. Hasta que, por fin, con mano temblorosa, se llevó la mano al bolsillo.

 

Sobre la imagen: Imagen gratuita tomada de Internet.

©Alfonso Cebrián

 

Esta es una obra de ficción. Los hechos y personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.