La magdalena de Proust

img_4395_dxoMe enamoré de Isabelita y amé a la prima Rosa. En poco más de un año me enamoré y conocí el amor. Eran tan distintas, también yo las hice, porque no las miré del mismo modo, dentro de mi confusión juvenil. Con Rosa conocí la pasión y recibí el mucho amor que era capaz de dar. Isabelita se me quedó como una incógnita: no la supe conocer. Quizá ella esperaba de mí algún balbuceo, un torpe me gustas, un tímido te quiero, un beso robado… Si se acuerda de mí, de aquel chico de diciembre del 60, es posible que diga: “qué tonto, si me hubiera besado”. En cuanto a Rosa, cómo le agradezco que me iniciara en el amor y me mostrara que el deseo y la pasión no tienen límite, y que el respeto se sabe y percibe porque hay formas de mirar, tocar y hablar que no engañan.

***

Cosme Vidal, de modo breve y conciso, cuenta sus historias de amor e iniciación con un lenguaje preciso y sin florituras. Por otra parte, cuando uno se enfrenta a biografías, autobiografías o cartas, se pregunta: será verdad. Y también se dice: qué más da, el caso es que sea verosímil. Carmela, que había cogido los papeles para leerlos, se sentó a mi lado y me dijo: Me gustan, tienen vida, tienen fuerza, tienen verdad. Quieres decir que te parecen ciertas, le pregunté. Carmela no atendió a mi pregunta y prosiguió: Si se quiere, se verá en la prima Rosa a los grandes poetas clásicos: Arquíloco, Safo, Teócrito, Virgilio, Ovidio, Garcilaso… La prima Rosa es ninfa y agricultora, Eros y Naturaleza en una sola persona. Y el joven Cosme accede al placer de forma natural, sin entrar en esas consideraciones, las que él mismo ya viejo, haciendo de sí mismo un personaje, toma en cuenta para literaturizar sus recuerdos, su biografía. Y, por si fuera poco, Proust; no en el mundo de Combray, con sus jardines, cristaleras, mansiones y almohadas, regalamiento vital bien encauzado, sino el de las sensaciones, esas que impregnan la memoria: en Proust, la famosa magdalena; en Cosme, el olor de la prima Rosa. Y fíjate: dice olor y no perfume o aroma. En cuanto a si me parecen ciertas, por qué no —Carmela me miró con picardía—, qué niña no ha suspirado por el amor, qué mujer no ha iniciado a un joven adolescente. Pues no sé, le contesté; me parece demasiado literario, como si quisiera elevar y dar valor estético a un acto fortuito y seguro que torpe (Lo cierto es que me picó la apreciación de Carmela). Eso es otra cosa cariño. Claro que al contar se adorna o afea un hecho hasta deformarlo y en algunos casos hacerlo irreconocible, que en el escrito hay guiños a la gran literatura, que el tal Cosme se sirve de recursos con que hacer el relato atractivo, pero precisamente la escasez de adornos da fuerza y verosimilitud al cuento. ¿Qué te pasa? ¿Preferirías que los papeles de Cosme Vidal merecieran pudrirse en la papelera? ¿Acaso lo envidias?. No, no, qué va, pero no es para tanto; un poco más y lo metes en el canon, le contesté muy picado, y proseguí: Qué es eso de que cada mujer inicia a un adolescente. A uno o más de uno, me contestó, pero no te lo tomes de forma literal. Que una ha sido joven y no tanto, y sabe cuándo la miran y dónde, pero no hace falta llegar tan lejos para saber que ha estado en los sueños de más de un chiquillo. No, no me mires así, es verdad ¿O es que tú cuando tenías dieciséis años no perdías el seso por alguna prima o alguna vecina? No una cría sino una mujer hecha y derecha. Pensé en algún caso, pero no se lo confesé, aunque me lo notó y se echó a reír.

Sobre la imagen: Vista panorámica de Illiers-Combray.

©Alfonso Cebrián Sánchez

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