Monólogos

Cuando viajo o salgo por ahí acostumbro a observar el comportamiento de la gente. Hace ya tiempo me ocurrió. Fue en la misma calle, la más comercial del pueblo costero donde vive Elisa. Como sabéis, a veces me gusta andar sola, ir a mi aire, a mis mercadillos, a elegir algún capricho baratito: me encanta comprar prendas que ni en las rebajas. Antes desayuno en una churrería bastante cutre, pero preparan un café y unos churros… Sentada en la terraza levanto la vista y veo a una señora aún joven, traje sastre, con una cartera de esas negras con aristas; la veo manotear, gesticular, andar unos pasos, desandarlos; y, Dios mío, habla sola; una loca más, me dije. Más adelante he descubierto el porqué: pertenecía a una especie caracterizada por la prisa, la ropa seria: ellos, traje y corbata, ellas traje pantalón, falda o mini; todos con la consabida cartera y el bichino colgado del cuello y el pinganillo en el oído. Agentes inmobiliarios, abogados, constructores, concejales, conseguidores: todos con el pinganillo y sus gestos, todos, tan modernos, tan agresivos, tan encantados de trabajar por un sueldo escaso y sustanciosas comisiones, en sobres; y yo que pensaba que andaban con sus locuras. Porque hay locuras que te hacen hablar sola, pero sin el aparatito.

Este septiembre, un día fuimos a un restaurante, y fíjate qué sorpresa, entre cubiertos y platos cada comensal tenía, dispuesto sobre la mesa, un enorme móvil, incluso una tableta. Elisa, muy actual aunque reacia a esos cacharritos, nos dijo que les podían llamar y había que salir corriendo, que entretanto guasapeaban entre ellos. ¡Jesús! ¿Y no pueden hablar? Para los secretitos están las piernas, las pataditas, los pisotoncitos, las manitas bajo la mesa; las miradas, los guiños, las sonrisas, las medias palabras, las claves.

Lo último. Una madre con su niño de unos tres años. Gente, tráfico; el niño cogido de la falda; la madre mirando la pantalla y tecleando ¿Tanto nos aburrimos?

Publicado en El cuento inacabado (desaparecido) el 26 de octubre de 2014 bajo el seudónimo de Sofía

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3 respuestas a “Monólogos”

  1. Tal como lo describes es. Y la culpa no es del teléfono, es de la dicción a la que prefiere estar sometido cada cual.
    Un mundo de «falsos locos».
    Me ha gustado mucho tu «Monólogo».
    Yo por si acaso me desquito hablando conmigo misma (je, je)
    Abrazos!

    1. No, claro; el teléfono es un (o sería bueno que fuera) medio para comunicarse a distancia: preparado hoy, además, para enviar y recibir datos: como instrumento, herramienta o como lo queramos llamar es una maravilla, y no te digo nada la cantidad de aplicaciones que podría tener y que hoy no tiene porque siempre van por delante los cálculos en cuanto a la explotación. Sin embargo prevalece, a mi juicio, la incomunicación o la comunicación banal, cuando no la perversa necesidad de afirmarse mediante el uso espurio de sus posibilidades. Efectivamente, «la culpa no es el teléfono, es de la dicción a la que prefiere estar sometido cada cual».

      En cuanto a lo de hablar contigo misma me remito de nuevo a los versos de Antonio Machado:

      «Converso con el hombre que siempre va conmigo
      —quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
      mi soliloquio es plática con ese buen amigo
      que me enseñó el secreto de la filantropía».

      Gracias y feliz domingo. Un abrazo grande.

  2. Me ha encantado que entrecomilles la frase en la que he cometido un error mecanográfico, quise poner adicción en lugar de dicción».
    Gracias por la respuesta.
    Abrazos de domingo.

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