Rape con guisantes

Josefina, que así dijo llamarse la hija del dueño, se percató inmediatamente de nuestra presencia, nos hizo una señal que quería decir: Esperad, os he visto, enseguida estoy con vosotros. Y así fue. Acomodó a unos clientes, dos parejas de edad dispar según mi apreciación, y vino a por nosotros. Nos llevó a una mesita que, discretamente, habían dispuesto al fondo. En seguida vengo, nos dijo. Entró en lo que debía ser el office o la cocina sin más preámbulos y volvió sin dilación. Nos tuteó: ¿Qué os pongo? ¿Pedís u os traigo unas degustaciones?, eso dijo. Le dijimos que fuera ella quien eligiera y eso pudo ser nuestra perdición, para nuestra línea y también para la de flotación. Nos preguntó por el vino y le pedimos un blanco del país. Abrió una botella de albariño del Rosal, que me dio a catar. Aprecié el típico aroma suave y afrutado con un ligero cosquilleo en la nariz, un sabor delicado con fuerte permanencia en el paladar. Le di mi aprobación. Al rato apareció con una fuente de percebes cubiertos por un paño para preservar aroma y temperatura. Ni que decir tiene que eran hermosos, arracimados, soldados unos a otros por el cemento que segrega el pedínculo, agarrados a pequeños fragmentos de algas, con los cirros saliendo de la uña como una crestita roja, gruesos, rojizos hacia la uña y grises hacia el pedínculo. El aroma te hacía evocar los acantilados de donde los habían arrancado y el vino no apagaba el sabor del codiciado crustáceo. La joven, experta y atenta a nuestra apreciación, recogió los restos de los percebes, dio unos minutos a nuestros paladares y sin precipitación puso en el centro de la mesita una fuente de almejas babosas a la marinera. Las almejas, no hace falta decirlo, eran de un calibre notable y, aunque no sean las más famosas y apreciadas, son mis preferidas. A la salsa, no demasiado abundante, bien trabada, aunque no densa, le daban consistencia el aceite y la cebolla disuelta. El aceite se mostraba en ojos minúsculos que, junto a diminutos fragmentos de perejil, daban colorido al plato. Con las almejas acabamos el albariño. Siguiendo la misma técnica, nos presentó un godello muy pálido, con el aroma de la viña, de la uva recién cortada, algo más fuerte al paladar. Al momento se presentó con una bandeja de rape troceado en pequeños filetes, rebozados con una capa muy fina, fritos, rodeados de guisantes y patatas cortadas en rodajas algo gruesas, fritas a la inglesa; con la salsa habían seguido la misma técnica que con las almejas. Cuando nos considerábamos saciados, acabado el rape, apareció con unos redondos de bonito y nos preguntó cómo queríamos la carne. Estábamos bien servidos, pero cómo nos íbamos a negar a probarla, hubiera sido un feo y una falta de profesionalidad, así que nos resignamos. Nos dijo que la ternera era de allí, que se la servían de una aldea próxima, que las chuletas tampoco eran muy grandes, que podríamos con ellas. Con el vino andábamos bien y no nos atrevimos a uno nuevo y a una tercera botella, tampoco el godello va mal con la carne a la plancha o a la parrilla.

Ni que decir tiene que, a esas alturas, por muy profesionales que quisiéramos parecer, ahítos como estábamos, nos rendimos sin pensar que aún quedaban el postre, los cafés, etc. El postre no podía ser más casero: unas natillas con galletas maría flotando en la superficie. Pero eso no fue todo: con el café y el aguardiente (nos ofreció de hierbas, de guindas, de hojas… Luisa se decantó por el de guindas y yo le pedí de caña, blanco, puro) vinieron unas filloas y el requeixo con carne de membrillo. Fumamos. Yo habría pedido un habano, pero me conformé con uno de nuestros cigarrillos, por no abusar; y me equivoqué a medias: acabada la comida, los comentarios y parabienes, la joven rubia nos presentó una cuenta tan copiosa como la comida, en la que las filloas, el requeixo, el café y el aguardiente eran invitación de la casa.

Pero no sólo estábamos atentos a la comida, no nos podía pasar desapercibido el tránsito de personajes, hombres todos, que entraban, pasaban por el lateral y desaparecían por la puerta del comedor privado. Reconocimos al jefe político, a un almirante y a un general de renombre, también al presidente del club en cuestión. Antes del desfile, un individuo de buen aspecto, con unas Rai Ban, se asomó a la puerta del comedor y lo barrió con la mirada. El gesto de Luisa fue instantáneo y su reacción muy calculada y natural, se inclinó hacia el bolso como si buscara algo. ¿Pasa algo?, le pregunté y me dijo que no. El tipo desapareció de la puerta y continuamos con normalidad. Fue después, cuando ella también barrió el comedor y el pasillo, y miró hacia la calle como si quisiera ver más, fue entonces cuando me lo dijo:

—Nos tenemos que ir, bueno, tú quizá no, ahora lo vemos; pero yo me tengo que ir. No sé si me ha reconocido, pero yo a él sí.

—¿A quién? —le pregunté ya en la buhardilla.

—A uno que es de la policía, de la social, se lo veía mucho por Sol; no es un número cualquiera, es inspector y brazo derecho del comisario; no lo sitúo como guardaespaldas o sicario de esta gente, tiene que ser algo más, aunque no haya entrado con ellos. Tarde o temprano tenemos que salir y me malicio que está cubriendo la puerta. Baja y echa un vistazo, mira si se han ido, sal a fumar, a mirar la ría, y te fijas si tienen a alguien de plantón, a lo mejor en un coche o en el bar de al lado, o en alguno donde se enfile bien esta entrada. Hazlo.

Empleó el tono imperativo y seco que ya conocía, también traslucía temor, como si se lo inspirara ese individuo, en la DGS había unos cuantos, mejor dicho, siempre hubo porque nadie los sacó de allí. Hice lo que me mandó.

Bajé a la calle y, siguiendo sus instrucciones, crucé hasta el pretil al borde de la ría. Bajo el pretil bajaban mansas las aguas de un río que se confundían con las del mar con la marea alta. Numerosos peces circulaban siguiendo la corriente. Siguiendo las aguas, estaban anclados varios veleros y otras embarcaciones de recreo, el puerto pesquero se veía a la derecha. Enfrente, a la otra orilla, entre la cinta verde del arbolado, ascendía una carretera por la que se veía circular un goteo de coches. A lo lejos se distinguían unas ruinas de lo que debía haber sido una factoría pesquera. Antes de cruzar, miré hacia ambos lados de la calle, exagerando mi precaución ante la posible venida de coches inexistentes. Y lo vi, al hombre de las Rai Ban, y no supe si él a su vez me miró, aunque tuvo que hacerlo, para eso estaba allí. Sentí la necesidad de hacer algo que lo confundiera más allá de asomarme a mirar el paisaje. La ocasión me la dieron los futbolistas, tres de ellos bastante afamados. Entonces hice lo que se espera de un aficionado entusiasta, o de alguien que forma parte del grupo en calidad de masajista, utillero o algo así. Les abordé, me mezclé con ellos y los acompañé hasta llegar al que consideré un punto muerto para el del coche, de modo que pasara a ser yo el vigilante si me movía con sigilo; ahora me quedaba el cometido de esperar a que fueran ellos quienes se marcharan, y así, con el camino limpio, reunirme con Luisa.

Y con sigilo me moví hasta encontrar un lugar desde el que mirar sin ser visto, cosa difícil en campo abierto, pero la ocasión me la dieron la prominencia de las dunas que circundaban la playa, la arboleda que allí crecía, las sombras que sirven de cobijo al buen lector y una librería papelería abierta en la que compré una novela de Agatha Christie, aun a riesgo de que se movieran en el transcurso de mi maniobra, pues tuve que cruzar al otro lado del río por un puente que había más arriba. Pero no, aunque alejado, veía el coche aparcado y al tipo de las Rai Ban muy atento a todo lo que circulaba.

No parecía que el ágape fuera a terminar nunca, lo que me dio tiempo a pensar al tiempo que hacía que leía. Pensé que Luisa me la estaba jugando, que se había buscado un subterfugio para salir de la buhardilla porque quizá daba el trabajo por terminado: al fin y al cabo, habíamos reconocido y marcado a los actores que nos interesaban, y ya no tenía interés para ella jugar al equívoco de una habitación para dos. Pero no tardé en descartar tal hipótesis, no por absurda, sino porque me di de bruces con la certeza del peligro que corríamos. Eran tiempos de grandes convulsiones a las que había que estar atento. Los grupos terroristas ETA y GRAPO actuaban sin descanso y esa gente, a la fuerza, tenía que llevar guardaespaldas; y nosotros los estábamos espiando: Pensé en lo fácil que sería hacernos desaparecer, a Luisa y a mí, despeñarnos por los acantilados; nadie daría razón de nosotros, y en caso de aparecer nuestros cuerpos, decir que nos habían tomado por terroristas y echar tierra encima. Nunca había tenido miedo, pero entonces supe lo que era el miedo. A mi madre le asustaban mucho las tormentas, y cuando empezaba a tronar, nos metía con ella en la cama y recitaba aquello de «Santa Bárbara bendita, en el cielo estás escrita». Y yo tenía miedo porque mi madre lo tenía, pero aquel era un miedo pasajero, transitorio, no como el que empecé a sentir sentado en la duna, haciendo que leía, cuando en realidad vigilaba al tipo de las Rai Ban, que, seguro, y por lo dicho por Luisa, era un tipo peligroso; él y sus colaboradores. No, nuestro trabajo no era ningún juego. Por eso Luisa no estaba de broma.

Al fin se movió el guardaespaldas, y deduje que, si de algo habían hablado, no sería en el restaurante, donde se habrían juntado como viejos conocidos; pero este año y los siguientes tenían una carga especial que llevaba a sospechar de todo lo que se moviera. Subieron a tres coches, uno de ellos conducido por el de las gafas de sol, y me hubiera gustado saber a dónde se dirigían, la carretera de salida al menos. Los tres coches tomaron por la misma calle y después los vi cruzar el río por el puente que había más arriba, por el que yo había pasado para sentarme en la duna para simular leer una novela de Agatha Christie.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: