El acuerdo

Naturalmente, la relación de don León con la fundación se podía deducir de la mía, no había que ser un lince, pero se mantenía la práctica, y eso estaba bien, de ocultar la actividad de cada uno. Ahora don León se abría ante mí como si estuviera arrepentido de haber sacrificado a doña Carmen y provocado su infelicidad, a saber dónde pretendía llegar, porque yo no las tenía todas conmigo: abrirse puede servir para confiar al otro y sacar lo que se supone que oculta.

—No sé qué decirle, don León; únicamente que puede contar conmigo —repetí para reafirmar mi compromiso.

El sol de la tarde fue decayendo y empezamos a notar el fresco del relente. Don León pidió la cuenta.

—¿Dónde te dejo? —me preguntó.

Le dije que me llevara al centro, y ya, dentro del coche, me habló de mi soltería. Me dijo que le resultaba extraño que no me hubiera fijado en una chica, como hacemos los demás. No se puede uno pasar la vida como un ermitaño, sentenció.

Decididamente mis temores eran infundados y eso me tranquilizó. Me resultó curioso el hecho de que la perspicacia demostrada por don León hacia afuera no se correspondiera con los aconteceres domésticos, de cuyos avatares no tenía noticia como si su casa fuera un mundo cerrado, reservado al gobierno de doña Carmen y Paqui. No le dije que a mí (como a Paqui) me iba bien así, y mucho menos que me veía con ella. Me dejó en Callao y enfiló hacia la Plaza de España.

***

Don León Aguirre acudió al hotelito a celebrar un tercer encuentro con Manuela Freire. Los vecinos que le tuvieran puesta vigilancia, al hotelito, disfrutarían comentando el avance de la relación. Estos repiten, dirían. Como siempre, como estaba convenido, llegó primero él. Mr Fox había resuelto cerrar con ella un trato de colaboración: yo te cuento, tú me cuentas, basado en la confianza mutua y a salvo, a ser posible, de trucos y artimañas: nada de tomar notas sin permiso o llevar grabadora; tampoco elementos externos que tomaran fotografías o controlaran las entrevistas.

El encuentro fue aséptico y cordial, como siempre. León Aguirre le habló de la disposición a colaborar de la fundación y puso el intercambio como condición: Todos queremos saber, dijo don León, quid pro quo, soltó el latinajo bajo la sonrisa de Manuela Freire. Manuela tenía libertad para negociar y llegar a un acuerdo, y también la intención inicial de intercambiar material de poca monta, una forma de iniciar el tanteo. Sacó del bolso un sobre con una fotografía.

—Empecemos ¿Qué saben ustedes de este hombre? —la fotografía mostraba a un hombre saliendo de un taxi claramente londinense en lo que parecía una calle de la City. León Miró a Manuela con cara de sorpresa, como diciendo: ¿Qué quiere que sepa así de bote pronto?— No quiero que me dé ahora la respuesta; mire, consulte, y si saben algo que no sepamos, nos lo dicen.

Manuela le dio la filiación y ocupación del hombre de la foto y dijo algo más:

—Sospechamos que mueve dinero y recaba fondos para organizar algo que no puedo precisar, seguro que lo comprende; necesitamos corroborar ese término y para eso contamos con ustedes; no podemos quemar a nuestra gente.

León Aguirre guardó la fotografía en el bolsillo de la chaqueta (un hombre que acude a una cita amorosa no lleva cartera ni portafolios) y dijo:

—Esta fotografía, contarán con ello, tiene que ser examinada y pasará por otras manos; aun así, necesitaremos más datos, tendrán que vigilar la salida, el avión en que viaje; eso contando con que se considere oportuno hacer este trabajo, destinar medios, gastar dinero, no sé para ustedes, para nosotros es de mucha importancia; en cualquier caso, necesitaremos un punto de partida para iniciar el hilo.

—Haré lo que me pide —dijo ella—. Ni que decir tiene que nos movemos al margen de cualquier relación oficial: ni usted ni yo existimos y nadie pide acción, simplemente nos pasamos información, nada más.

León le dijo que no había nada que aclarar, que esos eran los términos en que se conducía; otros serán los que se encarguen de hacer lo que haya que hacer.

Manuela sacó el paquete de cigarrillos y ofreció a León. Ambos fumaron y guardaron silencio por un intervalo de tiempo. León se dijo de ella: Esta mujer, atractiva, en lo mejor de la vida, se reúne aquí conmigo con una misión muy definida. No sé nada de ella, ni debo, si está casada, tiene hijos, qué hace en las vacaciones si disfruta de ellas. Y si tiene familia, ¿qué saben de ella? ¿Tendrá una tapadera como yo tengo? Vives con alguien a quien amas, compartes casa y cama, que es tanto como compartir los mejores y peores momentos, y además eres testigo de sus despertares, y ella de los tuyos, el pelo revuelto, el mal aliento que da una cena copiosa y bien regada, y no digamos si has bebido algún licor. Todo se hace juntos y el otro no sabe… Y el caso es que podríamos vivir sin ello, sin ese trabajo, al menos yo ¿Qué demonios nos mueve?

—Mantendremos la conexión, pero lo hará otra persona, no es preciso correr riesgos; por su parte convendría que hiciera lo mismo, a usted se lo ve demasiado por la fundación, como la llaman ustedes, y lo mismo que nosotros la tenemos marcada, la pueden tener otros. Ahora me voy —Manuela le tendió la mano y León se la tomó con afecto, había una nota cálida en aquella mujer que la dejaba muy lejos del estereotipo.

Con la petición de Manuela Freire, León Aguirre acudió a despachar con Mr Fox. Le habló de las precauciones que había que tomar, que con buen criterio le había señalado Manuela, y le propuso comisionar y liberar a Cosme Vidal para que sirviera de enlace. Mr Fox, con su gesto característico, dio una calada al puro, se llevó la mano derecha a las gafas metálicas y le dijo que eso no era fácil de conseguir, aunque buscaría la forma y atendería la petición a la mayor brevedad. En cuanto al seguimiento dijo que alguien se haría cargo, hay que dar algo a nuestra amiga española, dijo.

***

Volvía cansado del trabajo: largas horas de archivo y biblioteca, comer en el restaurante, la academia y una cerveza con Lucía, profesora de Matemáticas y Física. Lucía y yo habíamos iniciado un tonteo como la cosa más natural del mundo: coincidir en horarios, acabar el trabajo, tomar algo, charlar, conocerse… un tonteo de esos que no lo parecen, pero de los que están a la espera de que alguien dé el paso, y si no, se disuelve como empezó. Volvía realmente cansado, abrí la puerta, entré, solté la cartera y la gabardina en un sillón y me repanchingué en el otro. Cerré los ojos y me dejé hundir para sentirme descender, caer en un vacío sin límite, sin remontar. Sonó el teléfono. Era don León.

Sobre la imagen: Atardecer en la Sierra del Guadarrama

©Alfonso Cebrián Sánchez

Esta es una obra de ficción. Los hechos y personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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