
—He pensado que andabas detrás de Paquita y que, por lo que fuera, ésta te rechazó…
Ahora fui yo quien mojó el pan en la escasa salsa proveniente del aceite, el jugo del conejo y quién sabe qué aliños en los que no faltaba la guindilla. Yo también bebí. Si hasta el momento trataba de controlar el desasosiego, y el miedo, ahora debía disimular la relajación, el desinfle, la distensión de mi cuerpo. Como pude, traté de sonreír
…Pero algo intentaste, ladrón, la chica lo merece, y tú también; un poco grande para ti me pareció, pero en el amor nunca se sabe cuál es la medida.
Después de la sorprendente conjetura de don León, pasamos a hablar de generalidades, me volvió a preguntar cómo me iba la vida y yo le dije que no me podía quejar, que todo iba razonablemente bien. Entonces él me confesó que añoraba los años de Madrid, que la provincia no le había compensado como esperaba, y menos a mi mujer a quien no veo feliz, más desde las muertes de su madre y don Florentino. Este hombre fue un padre para mi mujer…
Ese decir “mi mujer” en lugar de doña Carmen me dio a entender que él daba por cambiada nuestra relación, que había pasado a ser de amistad; nadie, salvo quien adolece de una facundia sin freno se abre ante quien no goza de esa consideración.
…Mantuvo relaciones con María Flores, madre de Carmen, y finalmente se casó con ella; y no fue fácil, porque doña María, mi suegra, ya estaba casada con un tal Eliseo Rivas, que se marchó a Sudamérica, a Venezuela, por ser más concreto, y las dejó tiradas, a la madre y a la hija. Obtener una certificación de divorcio era imposible; además aquí, en España, no servía y por lo tanto necesitábamos un certificado de defunción; declararlo desaparecido llevaba su tiempo por no decir que también era imposible, y localizarlo sería muy complicado, había que mover muchos hilos y yo no quería: demasiados ojos sobre Carmen. Por lo tanto, hice algo que se me da muy bien: falsificar —ante mi mirada de asombro ratificó—. Sí, sí, falsificar un certificado de defunción con las visas y timbres pertinentes. Naturalmente, temí que, como ocurre en los folletines, el tal Eliseo Rivas, a la vejez, comido por los remordimientos o tal vez necesitado de protección y acogida, se presentara ante doña María; pero no fue así por suerte para todos. Salvado el trámite, doña María y don Florentino se casaron para que los restos de la fortuna de éste, que no había sido poca, a pesar de lo que habían gastado entre la madre y el hijo, los heredara mi mujer. Como consecuencia, Carmen ha heredado el piso y la casa entera, donde vivía don Florentino con la madre de Carmen, en la calle Infantas; allí vamos a vivir; ya no tiene objeto el motivo por el que nos fuimos, y yo, si todo se concreta, puedo simultanear mi trabajo de aquí con el de allí, donde dejaré a García Muñoz, mi ayudante actual, al frente de aquello; quizá de este modo Carmen recupere al menos el ambiente de lo que fue su vida ¿A ti que te parece?
—Supongo que será una buena decisión si doña Carmen añora la ciudad y no se ha sentido bien allá; yo haría lo posible por complacerla —aventuré.
—Llevo años con la sensación de haberme equivocado —siguió confesando—; estábamos bien aquí, pero colaborar con Mr High se convirtió en una necesidad, como una vocación religiosa, como si me hubiera impuesto una misión y obligado a cumplirla; y no fue malo, alguien lo tiene que hacer, como ahora al pedir tu colaboración, es como ese gusanillo del que habla la gente, que se te instala dentro y no deja de bullir. Tuve mi caída del caballo cegado por la luz tenebrosa del dolor y la miseria de los que en algo me sentía responsable con esta guerra cruel e insensata. Al caer en la cuenta de los estragos que causaban en Europa los delirios de unos líderes mesiánicos, enloquecidos y brutales, sentí la necesidad de compensar con mi esfuerzo tanto desatino. Y luego está la vida, crecer en la profesión, disfrutar de la sensación de mover ciertos hilos, por leves y modestos que sean, y piensas que haces lo justo y tu mujer lo comprende y te acompaña. Lo malo es que cuando te das cuenta de tu error no te decides a poner remedio, dejas pasar el tiempo, se acostumbrará, te dices, y no valoras que no venga con quejas ni reproches, cuando en realidad se está marchitando como flor de invernadero. Por eso quiero volver y dejar bien encaminados estos negocios.
—Y para eso me necesita.
—Para eso y por tu pericia; seguro que lo haces bien y ganas un dinero que te hace falta; en cierto modo eres como yo y quieres hacerlo.
Sabía algo de las andanzas de don León por Madrid, cosas inconexas, dichas por Paquita como por descuido. Sabía que doña Carmen había sido actriz, de su dedicación y éxitos. Eso Paquita me lo decía con mucho orgullo, como si me quisiera decir: Fíjate mocoso en quién fue mi señora. También, de pasada, me habló de don Florentino, hombre de teatro, como ella de niña, cuando viajaba despreocupada con sus padres, bien que se acordaba, en una caravana de las antiguas; y luego le tocó servir y acompañar a doña Carmen. De don León, de sus actividades, nada sabía o a mí no me lo dijo; sólo una vez mencionó los temores que doña Carmen sentía si se demoraba o ausentaba.
Sobre la imagen: Man Ray, retrato de Ella Raines.
©Alfonso Cebrián Sánchez
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