El retrato

p127-5-pesetas-1943-anversoY ya eran unas cuantas noches las que contaban con la presencia de ese joven y apuesto estudiante que de forma indisimulada manifestaba su admiración por Carmencita, y algo más a juzgar por las miradas furtivas que don Florentino sorprendía. Carmencita no era tonta y se percataba de los mismos gestos y miradas, así como la turbación que le causaban las suyas y sus palabras, cuando eran para él. Es posible que el que llamaremos tutor y la joven actriz, de vuelta a San Vicente Ferrer, conversaran sobre el tema, hicieran referencia, como preguntar: «¿Te has fijado en ese chico nuevo, el estudiante?». Y ella contestar preguntando: «Quién», aunque con una sonrisa y una mirada hacia la punta de los zapatos delatoras de algo cercano al interés, de modo que a los ojos de don Florentino se iba fraguando el incipiente flirteo.

Una de aquellas noches, don Florentino vio al estudiante tomar una hoja de papel, sacar del bolsillo un lapicero y dibujar con trazos ágiles el perfil de Carmencita.

—Dibuja usted muy bien —dijo el autor teatral—, incluso me atrevo a decirle que tiene una gran penetración; hasta el alma parece mostrarse en ese perfil —y a modo de broma sacó un billete de cinco pesetas y lo retó a dibujarlo. León rio la broma y dijo que no, que no quería que lo metieran en la cárcel por falsificador. «Por falsificador, precisamente, no», dijo don Florentino, «Esos están sueltos». León no prestó atención a la frase, la conversación discurría de modo intrascendente y su atención estaba centrada en la actriz, que también se la prestaba y lo envolvía en miradas que lo dejaban confuso.

¿Qué tipo de palabras cruzaban los dos jóvenes? ¿Mantenían alguna conversación? A decir verdad, hablaban más con los ojos que con los labios; Carmencita se desempeñaba con soltura en el argot de la farándula y participaba de los comentarios y puyas, algunas venenosas, que se usaban entre la gente del gremio; el joven León escuchaba y prestaba atención, y, como suele ocurrir en tertulia que se precie, nadie le daba baza. Don Florentino, por su parte, hablaba, con la cautela y comedimiento ineludibles, de tiempos mejores, cuando aún era alguien en las tablas.

El caso es que don Florentino tomó un interés inusitado por las habilidades del joven enamorado. «Este hombre es un mirlo blanco», se dijo, y pensó en el provecho que se podía obtener de tales dotes. «Habrá que estudiarlo, ponerlo a prueba, y, si la pasa, presentarlo en la librería. Además, hay que mirar por Carmencita; por nada del mundo quisiera verla arrastrar la maleta por esos mundos de Dios». Y, dueño de sus dominios, se sirvió una copa de Terry y encendió un habano bastante pasado proveniente de otros tiempos.

Don Florentino se propuso, y así lo hizo, invitar al joven León a tomar café y alguna que otra copa en su casa de la calle Infantas, para así departir con seguridad y confianza los proyectos que había concebido para él y su querida Carmencita. Pensó que quizá fuera demasiado osado al recabar la complicidad de un joven al que apenas conocía en los asuntos que se traía entre manos con la gente de la librería, pero, bien mirado, les venía como anillo al dedo. En cuanto a favorecer los amores con Carmencita, era, si le apuraban, una obligación de padre: mejor una retirada compensada con un buen matrimonio que una carrera destinada a languidecer sin pena ni gloria. Invitaría al joven León y hablaría del asunto con María.

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2 respuestas a “El retrato”

  1. Ay. ese pensar que un «buen» matrimonio era la «mejor carrera»… ¿Lo peor es que hay quien lo piensa todavía. Gracias por tu relato. Seguimos…
    Buena semana entrante y un abrazo.

    1. Ay, ¡Cuántas derrotas en aquellos años! Y sentir su peso. Gracias, Isabel. Un abrazo fuerte.

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