Hablemos de trabajo

Noir et blanche, Man Ray, 1926

—No confíes en nadie de aquí dentro, no creas que te va a resultar fácil; hay que mirar bien con quién se cuenta; casi mejor buscarlos por ahí fuera —dio una profunda calada y lanzó el humo hacia el techo—, porque te puedo asegurar que me sustituyes.

—Hay dos compañeras que me parecen de fiar; son jóvenes; bueno, una no tanto; tendré que sondearlas a fondo.

—Hazlo, pero ten cuidado, no te descuides.

Un momento antes, desde el amplio ventanal contemplaban las altas balconadas del edificio de enfrente, iluminadas por un sol amarillo que caminaba hacia el ocaso. Habían acudido puntuales, como siempre; el hombre calvo y pálido de recepción les tendió la llave de una habitación que consideraban suya.

Armando se desnudó con una prisa desusada y la abrazó con una fuerza cercana a la violencia, como si quisiera poseerla y destruirla; no era la pasión acostumbrada sino algo cercano a la desesperación. El cuerpo, las manos, las piernas, todo él, querían decir algo que no llegaba a expresar y lo demoraba como si quisiera eternizar el instante.

Hasta que se lo dijo:

—Tenemos que dejarlo; órdenes de arriba.

—Dejar… lo nuestro, es eso ¿No? —él afirmó con un gesto sin atreverse a mirarla—. Claro, por eso estás tan raro.

El primer impulso fue de gritar; luego, de insultarlo; pero no lo hizo; se sintió muy sola, y también desnuda. Se arropó y lloró para adentro contra la almohada. Después se levantó, se vistió, encendió un cigarrillo y dijo:

—Hablemos de trabajo.

***

—¿Quiere tomar algo? —preguntó León Aguirre con intención de romper el hielo.

—Me viene bien otra, hace calor —dijo Manuela señalando la cerveza que don León estaba tomando.

Don León se desplazó a la cocina y Manuela continuó la inspección ocular para concluir que el detalle de la estancia era que carecía de alguno reseñable. Don León volvió con una botella de cerveza abierta y un vaso.

—Sírvase a su gusto — y le entregó ambas cosas.

Después la invitó a sentarse. «Así estaremos más cómodos», dijo.

Manuela miró con prevención y sorna el sillón que don León le señalaba; éste captó el gesto.

—Sofás de verano —dijo don León con ironía.

Tomaron asiento con prevención, con intención de evitar en lo posible los inevitables ruidos y chirridos que se producen con el menor movimiento, como cruzar las piernas, sacar algo del bolsillo o girarse hacia el otro en señal de atención. Don León ofreció a Manuela un cigarrillo que ésta aceptó; se apresuró a darle fuego.

—¿Y qué puede querer el Gobierno de mí? —preguntó don León como si quisiera ir al grano.

—De usted, no; de ustedes…

—Ya, pero ¿Qué?

—Relación, contacto, información… eso que según me cuentan hacen ustedes tan bien.

Don León tuvo la tentación de preguntarle ¿Qué sabe usted de nosotros?, pero pensó que eso era tanto como admitir la mayor.

—No la entiendo… Nosotros, efectivamente, somos muy fiables y precisos en nuestros estudios, como atestigua el prestigio de nuestras publicaciones, tan estudiadas como citadas, gracias a la calidad de nuestros colaboradores.

Manuela dio un trago corto y una calada profunda. Se demoró lo suficiente para provocar un movimiento de impaciencia en don León. El falso cuero del sofá se encargó de ponerlo en evidencia.

—No me refiero a las investigaciones académicas, como puede comprender; hablo de las otras —Manuela disparó en cuanto pensó que el otro había bajado la guardia.

Don León comprendió que, si lo habían mandado a ese encuentro, era para que volviera con algo. Decidió proponer una salida.

—No sé qué pretende, Manuela ¿Me permite que me dirija a usted por su nombre? —Manuela asintió con una leve sonrisa—. Supongamos que trabajamos en varias líneas de investigación, en ese caso ¿Qué quiere o propone?

—Ya se lo he dicho: relación, contactos, información; y colaboración —añadió.

—Y eso porque…

—Porque necesitamos saber.

—¿Quiénes?

—Nosotros, alguien de fiar del modo que usted y yo sabemos. No me diga que el momento no es interesante.

Don León pensó en cómo se habría conducido su antiguo pupilo. Ay, Cosme, esto tenías que hacerlo tú, se dijo. Pero, a medida que había crecido en edad y conocimientos, se había distanciado, dedicado al estudio y la docencia. Ahora lo necesitaba porque, con el avance de la conversación, en su mente iba cuajando un plan en el que a lo mejor no entraban los ingleses.

Sobre la imagen: Noir et blanche, Man Ray, 1926

©Alfonso Cebrián Sánchez

Esta es una obra de ficción. Los hechos y personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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