Manuela Freire nació en una aldea del norte de Galicia un día de invierno de 1934. Según juzgan quienes la conocen, siempre fue una mujer solitaria, dedicada al trabajo en cuerpo y alma porque era lo que le llenaba la vida. Sin embargo, ella, en su fuero interno, se dice que no están en lo cierto, que esa apariencia está muy alejada de la verdad. Se dice: Me apasionaba y sentía como cualquier otra ¡Ay, si hablara! Cuando piensa esto, esboza una sonrisa y mira hacia el techo como si estuviera sembrado de nubes. Porque ella ha amado y mantenido sus relaciones, como la que ahora en la vejez disfruta con aquel hombre que se fue a la mar sin reparar que ella se quedaba en tierra. Manuela en modo alguno estaba dispuesta a tejer y destejer colcha o alfombra; por eso hizo valer su título de bachiller y ganar una plaza en la Dirección General de la Policía como administrativa en los servicios auxiliares; él se fue a la mar y ella Madrid.
Allí conoció a Armando del Buey, inspector de la Criminal, con quien empezó a tontear. Pero él era un hombre casado y a ella el tonteo le parecía algo cursi, así que se enredó con él.
Así pasaron los años, y Armando, a petición de los de arriba, fue destinado a un servicio muy especial, al margen y fuera del alcance de los demás. Como consecuencia de este movimiento, Armando reclutó a Manuela para la que llamaron “Agrupación Femenina”, y de ahí la reclamó para que colaborara directamente con él.
Manuela jamás comprendió ese error de su amante. En un servicio normal, vaya que vaya, las cosas se saben, se disimulan, pero no tienes que cambiar de identidad ni de apariencia; tienes tu vida, tu familia, corres riesgos, eso entra en el sueldo. Pero lo suyo era más delicado; pasaron, por así decirlo, a la clandestinidad. Lo suyo era la ocultación, el disimulo, la mentira… Mentir es un arte ¿Qué se puede decir? Al principio te cuesta, temes no saber disimular, hacer daño, defraudar; pero luego aprendes y ya no te importa tanto, te endureces, si es que te quieres dar una explicación, o justificarte.
«Tenemos que dejarlo», le dijo un día Armando. Nada ocurría entre ellos; nada iba mal; pero desde arriba le dijeron que no podían ser compañeros y amantes; y él se inclinó por dejarlo. A los pocos días él recibió un nombramiento, y, sin saber cómo y prácticamente sola, se vio al frente de una sección sin nombre ni adscripción, sin personal y sin ocupación aparente, hasta que la convocó un alto cargo y le dijo que tenía su confianza para reclutar algunos efectivos con que poner en marcha lo que llamó pomposamente “Unidad de Inteligencia”. El alto cargo le dijo a Manuela que sólo tenía que despachar con él, que era el único contacto que tenía con el servicio. En el mismo acto, le dio a Manuela la referencia de un amplio local situado en el sexto piso de un edificio de la Gran Vía, uno de esos locales amplios, reformados y que sirven para instalar oficinas. «Ahí está su negocio, le dijo, que puede usted organizar y administrar como mejor le venga al servicio; los gastos de mantenimiento y los sueldos serán a cargo de los fondos reservados. Todo ello lo llevaremos con discreción entre usted y yo. Esas son las condiciones; si tiene algo que objetar o comentar, hágalo ahora; después será demasiado tarde».
Manuela se quedó boquiabierta y, quizá por costumbre o disciplina, se limitó a preguntar: «¿Cuándo empezamos?».
Entonces el alto cargo le habló de la necesidad de establecer contacto con una institución muy respetable, extranjera, inglesa para más detalles, con el objeto de recabar información y colaboración, incluso algún refuerzo si se diera el caso. «Yo me encargo del primer contacto, dijo el alto cargo, después queda todo de su mano». El alto cargo se extendió en pormenores sobre el proyecto que le proponía a Manuela, le dio las llaves del local y unas escrituras en las que constaba como sede para una revista de interés turístico.
—Ah, para la dirección y organización de la tal revista, mañana a las nueve de la mañana se presentará en el local la persona a quien se le ha encomendado. Esa persona será un hombre de origen gallego, como usted, que responderá al nombre de Amable Freixido; así se presentará ante usted, y desde ese momento, Freixido, quedará a sus órdenes y bajo su responsabilidad. Y finalmente: usted y yo no despacharemos aquí, para ello utilizaremos esta dirección y estos teléfonos, que usted memorizará cuanto antes, y destruirá la tarjeta —prosiguió.
El alto cargo le dijo que, como no tenía ninguna objeción ni pregunta, lo mejor era ponerse a trabajar cuanto antes, que habían puesto un gran interés en la eficacia y los buenos resultados de unas misiones que él mismo asignaría y otras emprendería la unidad según sus propias necesidades y experiencia. Sin gran ceremonia le tendió la mano al tiempo que le decía: «Del Buey me ha encarecido su disponibilidad y competencia; ahora tiene la oportunidad de demostrarlas.
***
Nuestro hombre no bajó la mirada hacia la mano que la mujer que decía llamarse Manuela Freire le tendía; por un intervalo de tiempo que no sería mayor de un segundo, pero que en esa situación pudo parecer eterno, no dejó de observar las facciones bellas y maduras de una mujer que bien pudiera ser la versión rubia de la que era su esposa. Pasado este instante, León Aguirre tendió la suya y estrechó con calor la que le habían ofrecido. Y dijo:
—Yo también soy español, encantado.
—Eso me ha parecido —dijo ella—, pero como viene de…
—Sí, efectivamente, trabajo para ellos, soy su asesor jurídico.
Don León se desenvolvía con la confianza de no tener que mentir ni disimular. No le había hecho gracia alguna que el nuevo director, Harold Fox, lo sacara de sus funciones y por otra parte se maliciaba que, desde la entrada de la nueva primera ministra, La Fundación había pasado a otras manos y quién sabe si con otros fines, incluso, pensaba, corría el peligro de ser desmantelada.
A Mr High y a Mr Warren los habían trasladado a Chile por aparente iniciativa de la Fundación, aunque realmente por un Foreign Office poco dado a dar explicaciones, y reemplazado por Harold Fox y Angelica Ross, mujer todavía joven, pelirroja, huesuda y algo desgarbada, con ese atractivo que ganan algunas mujeres después de la primera impresión. Ms Ross, como mujer, estaba fuera de ciertos círculos secretos, y Mr Fox, según la advertencia de los trasladados a Chile, no pertenecía al círculo que aquéllos compartían con don León, de modo que éste quedaba como desprotegido, hecho que Mr Fox le hacía notar constantemente.
Lo cierto es que León Aguirre no se encontraba cómodo con los nuevos dirigentes. Atendería las explicaciones de Manuela Freire y ya vería qué hacía con ellas.
©Alfonso Cebrián Sánchez
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