La verdad y el sentido

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—He visto que hace un salto temporal largo, como si no quisiera hablar de su periodo de estudios.

—No es relevante —me contestó con parquedad.

—Pero usted se compromete…

—Claro, cómo si no; pero no hay nada que resaltar: acudir a clase, estudiar, también a la gente, elaborar informes, entregarlos…

—¿Y eso no es relevante? —insistí.

—Rutinario, diría, aunque con un punto apasionante, es verdad. De algún modo ocurre como con ustedes los novelistas, nos creemos dioses; de nuestros informes depende la vida de una persona, eso te obliga a distanciarte, a separar la relación de la amistad, porque en el fondo abusas de la confianza y sientes que traicionas; esas prácticas estudiantiles, porque eso es lo que fueron, te sirven para saber si vales o no vales, si puede más tu profesionalidad, o tu ambición, que tus escrúpulos. Y yo no los tuve; ahora sí, como verá.

No quise insistir en ese punto, ya vería lo que cuenta y lo comentaría con él más adelante.

Le hablé del tiempo de su relato, tal como me había pedido Carmela.

—Ah, sí, claro. Pero el escritor es usted ¿Qué le hubiera costado situar cada evento en un día, un mes, un año…?

—No me ha parecido que debiera tocarlo.

—¿Por qué, hombre de Dios? Haga lo que quiera; no me tiene que pedir permiso.

—Entonces…

—Entonces haga lo que le parezca; los papeles son suyos; lo único que le pido es que mantenga la verdad, aunque la verdad tiene pocos asideros, y el sentido, que no invente demasiado; aunque si lo ve necesario…

Le pregunté si pedíamos otro café y me dijo que para él con uno bastaba, la tensión; y el alcohol tampoco le iba bien. Miró el reloj y se decidió por una copa de vino tinto; dijo que ya pasaban las doce.

—Con estas cosas que cuento me tendrá por un hombre de acción, y lo fui; pero ya ve, los años lo ponen a uno en manos del médico, que te palpa hasta el fondo del culo y te somete a la más cruel de las disciplinas ¿Usted se imagina a James Bond en la consulta del urólogo?

—Hombre, puede encontrar un radiotransmisor y un emisor de láser de lo más diminuto y sofisticado.

—¿El urólogo? Ah, claro. Pero Bond no pasa por aduanas ni usa pasaportes, tampoco necesita crearse identidades y biografías, aprender idiomas, simular estados civiles y compromisos… con fuerza, desparpajo y apostura, y una panoplia de aparatitos, se vence al mal, naturalmente, por más que éste sea proteico e indestructible. Otra cosa son Smiley y Guilliam, por no hablar del pobre Leamas; para mí son más creíbles.

—¿Me lo dice usted?

—Se lo digo yo.

Su rostro se iluminó de una amplia sonrisa, llamó al camarero y, sin dejarme protestar, pagó la cuenta.

—Hasta el jueves próximo —se levantó con intención de irse.

—Miércoles, ¿no? — le rectifiqué.

—No, jueves; ya está bien de miércoles.

Sobre la imagen, Michael Hordem y Richard Burton —Alec Leamas— en un fotograma de El espía que surgió del frío, de Martin Ritt, sobre la novela homónima de John le Carré, 1965.

©Alfonso Cebrián Sánchez

Esta es una obra de ficción. Los hechos y personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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3 respuestas a “La verdad y el sentido”

  1. Siempre es grato leer tus textos. Gracias por compartir, Alfonso.
    Excelente domingo. ¡Feliz día del padre!
    Saludos.
    Elvira

    1. Gracias a ti por partida doble. Saludos. Feliz día.

      1. Gracias Alfonso, que amable. Igualmente.
        Excelente semana.

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