Que se sepa la verdad

blackdots-30311d1a217c47429365753a852f6714Qué hago con los textos, le pregunté. Nada, no hagas nada, déjalos como están, me contestó.

Carmela me dejó solo en el cuarto de trabajo. Sin proponérmelo, me asaltaron unos sentimientos muy insidiosos a los que cualquiera llamaría celos. No es que Carmela no mostrara entusiasmo por mis escritos, pero me molestaron la aceptación y ausencia de crítica: no puso ningún pero y encima le parecieron buenas historias, y lo que es peor, en el fondo estaba de acuerdo con ella, porque encima tenía la virtud de librar al lector de ponderar hasta el empalago las excelencias de ambas damas y además nos ahorraba el ir y venir de las citas y los diálogos pueriles u obscenos; entonces me pregunté: si Cosme Vidal anda sobrado de oficio, ¿Para qué me quiere?

Al cabo de dos días deseaba que llegara el miércoles, pero tenían que pasar el sábado, el domingo, el lunes y el martes. Para el sábado, Carmela me propuso quedar con unos amigos, tomar y picotear algo, en el Casco, me dijo, así hacemos vida social.

Era su forma de arrancarme de mi retiro voluntario: hacer vida social, tomar algo, descansar de las letras, del sedentarismo de mis papeles, de mi confusión. De todas formas, aunque por encima, había entrado ya en la siguiente historia y estaba deseando meterme con ella.

El sábado hizo de sábado y pasamos el día con Emilia y Santiago, conocidos del barrio y unidos por la afinidad que dan las antiguas profesiones, de las que nos habíamos prohibido hablar: hijos, nietos, fútbol y política dan para ahuyentar el tedio. Por un día me olvidé de los papeles y de Cosme Vidal.

El domingo, sin embargo, compré el periódico y el pan en un suspiro, y me puse de inmediato con los escritos de Cosme; Carmela salió a tomar el vermut con las amigas.

***

Y por fin llegó el miércoles. Volví a mi banco, que no había dejado de visitar, y Cosme Vidal acudió puntual, acompañado de Soledad. Nos saludamos y les propuse ir a un café próximo, cálido y con poco ruido. Una vez acomodados, Soledad pidió un café, lo tomó rápido y se fue. A la una vengo a por ti, le dijo a Cosme, no sin antes dejarle un leve beso en los labios que desvaneció mis dudas.

Una vez solos, como si me quisiera explicar su relación con Soledad, me dijo que algún día me la contaría, aunque parte de ella está escrita en los papeles que le he entregado, y me miró como si me dijera: Espero sus comentarios.

Escribe usted muy bien, le dije. No he tocado nada; no es necesario. He leído sus dos primeras historias de amor, menudo contraste, me permití decir. Ha leído algo más, me preguntó con expectación. Sí, algo he leído, pero antes le voy a decir algo sobre el título genérico de la obra. ‘Vida y andanzas’ titula usted al conjunto, pero creo que hay que quitar lo de ‘Vida’: no me parece una biografía exhaustiva, hay grandes elipsis, entre un asunto y otro pasan años… Porque hay partes de mi vida que no tienen interés, me dijo; de todos modos, haga lo que quiera con los papeles, para eso se los he dado.

Al considerar esa conformidad rayana en la displicencia, me reafirmé en la pregunta que no dejaba de rondarme: ¿Para qué me quiere? Y se la hice. Para que reescriba mis cosas, me contestó. Así, no pude eludir por más tiempo algo que Carmela y yo habíamos hablado: Cosme, le dije, muchos de sus papeles no los puedo transcribir, corregir o reescribir tal como usted me los da, son demasiado comprometedores; no sé lo que pretende. Que se sepa la verdad, me contestó.

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