¿Y los accidentes?

Más de una vez lo he reflexionado: amamos el silencio, pero éste nos oprime. Cuando estamos con alguien sentimos una imperiosa necesidad de comunicarnos, bien sea por respeto, deferencia o educación. Hay toda una panoplia de lugares comunes, listos para utilizar en estos casos, referidos al tiempo o algún otro tema, neutro, de los que no comprometen. Cosme esbozó uno y yo sentí que me daba la vez, como si me dijera: Ahora habla tú; quiero conocer tu opinión. Me martirizaba que me leyera y admirara, según me había confesado. Me agobiaba sentirme obligado a dar mi opinión, a continuar la conversación, a mostrar mi autoridad. Por ello temía que Cosme Vidal, lejos de dar por buenos mis argumentos, actuara como esos que te preguntan tu parecer para llevarte la contraria por mero entretenimiento. Ayer me dejó pensativo, le dije. Con qué, me preguntó. Con su discurso sobre la lógica del azar. No puede ser de otro modo, dijo, si no, no seríamos humanos y responderíamos a los instintos exclusivamente. Sin embargo, si usted lo piensa, todo lo que hacemos lo sometemos a juicio, y así decidimos; y por si fuera poco lo pensamos y decimos, y al decirlo quedamos sujetos, por no decir sometidos, a toda la construcción social, y de ahí no hay escapatoria. Por no hablarle del salvaje, sometido necesariamente a las leyes de la naturaleza. Y si no responde a sus requerimientos, la alternativa es la muerte, que es dejar de ser en cuanto a bicho viviente. Y los accidentes, le pregunté. Ésos están sometidos a una lógica aplastante, me contestó, a una concatenación de hechos que llevan a un desenlace fatal: no hay azar en una cosa y la contraria como puede ser morir aplastado por un meteorito, por ejemplo. Si el meteorito cae aquí, ya no puede caer allí: hay todo un conjunto de fuerzas que determinan, primero, que ha de caer y segundo, que ha de caer aquí; y si en ese momento nosotros estamos aquí, no es por mala suerte, es que necesariamente teníamos que estar aquí. Pensé que no me quería decir, tampoco se lo pregunté, que todo era debido a un diseño inteligente o a la predestinación, sino, así lo entendí, que cada paso determina el siguiente. Le dije: Entonces, según usted, el hecho de que estemos aquí y ahora juntos viene determinado por hechos anteriores de los que no somos conscientes. Claro, mi querido amigo, me dijo subiendo el nivel de confianza. Si usted no hubiera escrito su primera novela, probablemente nunca se habría sentado en este banco ni yo lo hubiera buscado; como verá todo hecho tiene consecuencias. Esto que me dice, si no me equivoco y si mal no recuerdo, me suena a la prueba a que somete Gracián a Critilo y Andrenio cuando les presenta diversos caminos a seguir. Puede ser, pero si me apura, eso es lo que ocurre constantemente en la vida y su imitación: cada acto genera un sinfín de contrafácticos que llevan a otras posibilidades no cumplidas lo cual demuestra con mayor fuerza lo que le digo. En sus novelas, como ocurre en las de los demás, apela a lo no sucedido en oposición a lo acontecido realmente: lo no ocurrido limita más si cabe los hechos. Así ustedes, que juegan a ser dioses, predestinan a sus personajes y les trazan una línea vital en la que una cosa lleva a la otra necesariamente, y en mi caso, usted comprenderá que estoy en lo cierto.

Me quedé en silencio y éste actuó a modo de señal. Cosme se percató de la incomodidad que empezaba a sentir y como el día anterior dio por terminada la charla, se despidió hasta el día siguiente y se fue por donde había venido.

Permanecí en el banco un intervalo de tiempo que me pareció corto, pero había pasado no menos de media hora. Después de escuchar a Cosme pensé que cualquier idea o falacia bien argumentada tiene apariencia de verdad, que el discurso, lejos de representarlo, hace el mundo y que lo que parece verdad es pura creencia. Decididamente Cosme Vidal me estaba abduciendo o seduciendo a dos días de su aparición. Aún no sabía por qué me había buscado y encontrado, salvo porque, según él, era lector y admirador de mis escritos, y pareciera trasladar a mi persona ese aura o carisma que atribuye al escritor el don de mediar con áreas y espacios de conocimiento y disfrute vedados a los demás mortales. Lo malo es que, si consideraba que mi apreciación era cierta, no tenía más remedio que tener a Cosme Vidal por un crédulo poco avisado e ignorante o por un guasón: en mi persona no había nada que trascendiera; más aún si al leerme hubiera captado mis inseguridades, aunque quizá fuera eso lo que lo atrajera si era de los que creen que lo escrito refleja el modo de ser del autor. Abstraído estaba con estas disquisiciones cuando me percaté de que en realidad Cosme Vidal sólo había dicho de mí un lugar común, una generalización referida a nuestra omnisciencia de autores. Habrá que ir a comprar el pan, me dije y eché a andar.

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2 respuestas a “¿Y los accidentes?”

  1. Siempre un gusto leerte, Alfonso. Gracias!!
    Un abrazo.

    1. Y un placer tenerte por aquí. Feliz semana, querida amiga.

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