Cuando la vida se alarga, hay una sucesión de tiempos que a cada cual sorprende y moldea, aunque, por lo que se sabe y se oye, se dan muchísimos casos en los que, como dice la canción, “cada cual cree que no cambia y que cambian los demás”. Hay un tiempo del que apenas se habla, en el que nadie se siente incluido, en el que se valora fundamentalmente la seguridad, el sueño tranquilo y la pacífica sucesión de los días. No se suele referir, pero los cambios sobresaltan y se huye de las sorpresas por la incertidumbre que comportan, más aún cuando esconden nuevos compromisos y obligaciones, añadidos a los existentes, que de suyo son, cada día más, impertinentes y molestos. Porque la seguridad y la calma van de la mano, se desvanece, por innecesario, el espíritu aventurero: nada más cómodo que tener el vino en la copa, la mesa a las dos y a las doce en la cama. Por eso, qué decir del encanto de pasear por las mismas calles, el mismo parque y allí, el mismo banco en que sentarse. Encontrar a la misma gente a la misma hora, cruzar los mismos saludos, las mismas palabras, o parecidas. Y si llueve, ponderar los beneficios que reporta la lluvia porque sabes que el interlocutor no te llevará la contraria y coincidirá contigo en el aprecio. Así, todo permanecerá en orden y se cumplirá sin sobresalto el paso de las horas.
En esa rutina vivía cuando conocí a Cosme Vidal, de quien hablaré largo y tendido, pero ahora me permitiré referir un hecho que, lejos de importunarme, me vino como anillo al dedo o como calcetín al pie, porque hay asuntos que te atropellan. Sobre este particular, me dijo sabiamente un amigo: No hay que dejarse coger; mejor hacerse a un lado. También me dijo que siempre será mejor irse que esperar a que te echen, porque hay muchas formas de echar, y para alguien que, como yo, además de pasear, escribe, es duro saber y sentir que te están echando: hay quien es sutil, aunque no delicado, pero eso hay que saber interpretarlo. De esa condición participan mi agente y mi editora; son gente sabia con un punto de granujería. Digo esto por la conversación telefónica que tuve con Álvaro Contreras, mi agente. Anticipo que andaba remiso y temía dicha llamada porque en ese momento no tenía nada que ofrecerle: me peleaba con un par de relatos que no me acababan de satisfacer y no avanzaba ni con uno ni con otro. Se lo dije a Contreras y no le dio importancia. Me dijo: No te apures, tengo novedades para ti. Qué novedades, le pregunté. Sabes que tu último trabajo no tuvo el éxito esperado (una forma de decirme que apenas se había vendido algún ejemplar); muy buena la novela aunque algo farragosa… Compleja, le corté. Bueno, continuó, Laura dice que farragosa (Laura es la editora). Ya sabes lo que opina: que el lector actual quiere que la historia empiece un uno de enero y acabe un treinta y uno de diciembre, sin saltos temporales, en un lugar definido y reconocible, eso es lo que quiere cuando no se va directamente a la fantasía, zombis y cosas así. Claro, es la tendencia, le dije. Sí, eso, la tendencia, remachó. Y hablando de tendencias, prosiguió, me ha dicho que escribas una historia de las de hoy: gente joven o juvenil, menos de sesenta, ya sabes, poliamorosa, empática, inclusiva, el lenguaje también, ésa es la novedad… Y si no lo hago, le pregunté. Si no lo haces, da por terminado nuestro compromiso. Pensé en mandarlo a la mierda y a ella también, pero recordé el sabio consejo de mi amigo, respiré hondo, colgué, y me fui a pasear bajo la lluvia.
Con esta entradilla comienza mi nueva novela Conversaciones con Cosme Vidal, que se editará completamente en este blog.
Sobre la imagen: Giorgio de Chirico. El enigma de un día (1914) (fragmento)
©Alfonso Cebrián Sánchez
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