Luego el día se ha ido estropeando, pero la mañana, a las ocho, era hermosa, fresquita y perfumada. A esa hora el sol va cogiendo altura, aunque las sombras se alargan lo suficiente para definir formas y colores con la exactitud del día recién estrenado. Ando por el parque.
Y me fijo en el contraste de vida que ofrece el estruendo primaveral de la catalpa con el decaimiento melancólico del olivo: ambos sufrieron los rigores de Filomena, pero, mientras la primera sacó provecho de tanta nieve, el segundo aún padece el rigor y quemazón de tanto frío; pero rebrota.

Es entonces cuando siento que la edad y la modesta presencia no quedan sin recompensa, que, como dijera el poeta, con las aguas de abril y el sol de mayo, como al olivo, algunas hojas verdes me han salido, y que la vida tiene sus intermitencias, quién sabe si caprichosas.
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