Desde las primeras piedras, tablillas y papiros hasta los modernos lectores digitales, los humanos hemos comunicado necesidad, pensamiento, ciencia y arte mediante signos convencionales y comprensibles por la comunidad, sin desdeñar toda la tradición oral: ambas, oral y escrita, construyen los vínculos sociales, morales y estéticos que dan fe de la condición humana. Por eso las letras, escritas en piedras, tablillas, papiros, vitelas, papel y pantallas, nunca tendrían que ser vehículos de amenazas, insultos y declaraciones de guerra, sino declaraciones de amor, tratados, acuerdos y compromisos, sabiduría, conocimiento, exaltación o calma poética y transporte de ilusiones e historias.
El libro tiene mucho de vehículo, rueda o palanca, y además es portador de aromas y sueños. Parafraseando a Manuel Rivas, los libros arden mal; por eso, que no nos falten.
¡Feliz Día del Libro!
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