“Miénteme. Dime que todos estos años me has estado esperando. Dímelo”, dice Johnny; y Vienna contesta: “Todos estos años te he estado esperando”. Eso es, encajar, ocupar un sitio, hacer que la vida valga la pena con el bálsamo de la mentira; un mundo basado en la pura verdad sería inhabitable, por eso necesitamos mentir y que nos mientan.
Si uno se atreve a dialogar con ese tipo que refleja el espejo, alguien que cambia tanto que nunca es el mismo, acabará, como Johnny, diciendo: Miénteme.
No es cuestión de echar mano de ventanas, puentes, navajas de afeitar, cuchillas o pistolas, siempre se podrá negociar un pacto, incluso pedirle que mienta, a sabiendas de que uno no se puede mentir a sí mismo.
Por eso la novela —doy por hecho que la lírica es sincera— tiene la potestad y el prestigio de meternos en conversaciones mentirosas, comúnmente aceptadas como verdaderas gracias al arte y buen hacer del autor, y así hablar sin tapujos de deseos, pasiones, mejoras y pérdidas.
Así que, en este momento, quizá convenga viajar por mundos interiores, mantener esa conversación íntima donde la mentira es tan verdadera y, desde luego, mucho menos aterradora que las portadas de los periódicos.
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