Publicado el sábado 8 de febrero de 2014 en La mirada de Sofía. Habla Sofía.
Contextos. La prensa de aquellos días os dará la pista.
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Ya ves Sofía, por amor perdemos la cordura ¿Quién pretende que seamos responsables? Por eso al diosecillo lo representan ciego.
Emma aparece con inusual energía y le pregunto por su Josefa Aracil. Me gusta esa mujer —le digo— ¿tú crees que firmaría lo que le pusieran delante?. No creo —me contesta—; y de qué manera se enamoró; pero supo poner sus condiciones y cumplirlas; a mí me pareció demasiado estricta, pero…
Estoy afanada en la cocina —con este temporal apenas se puede salir—, va a reventar la nevera; bueno, a Emma le daré unos táperes.
No quiero entristecer a mi amiga; si le hablo de firmas, letras y pagarés, no puede evitar mirar hacia afuera y quedar callada. El caso es que yo, desde bien joven, fui de letras, para el pisito, la nevera, la lavadora, el televisor y luego el coche… anda que no firmábamos mi hombre y yo. Entre nosotros había la confianza que dan el amor y la convivencia; cuando se cobraba por sobre, ambos llevábamos a casa la paga entera y los justificantes de nómina, que guardábamos por si las moscas ¿Y las letras y escrituras? Pues lo mismo. Así que yo sabía lo que él firmaba y él lo que firmaba yo. Bien es cierto que, y a mucha honra, éramos de la clase baja —lo sigo siendo— y poco supimos de negocios.
Eso sí, siempre les dije a mis hijas: Mirad bien lo que firmáis, no sea que luego, por lo que sea, os tengáis que hacer las tontas y echar mano del diosecillo.
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