
Sigo con escritos de mi antiguo blog. Hoy recupero una entrada publicada el domingo, ocho de junio de 2014. Habla Sofía.
Vino Elisa a vernos y nos dio la gran sorpresa, pues no la esperábamos. Mi madre y yo nos pusimos contentísimas. La encontré muy bien: guapa, dicharachera y alegre como si se hubiera quitado un peso de encima, con ese color dorado de la costa, acariciada por el sol y el aire. Mi madre la puso al día de todos los acontecimientos locales y nacionales. Fíjate Elisa, le dice, coges el dinero, si te pillan lo devuelves, y ya está: un rapapolvo y a casa; mujer si fuera por triplicado o cuadruplicado, la devolución, digo. Como ese que se llevó lo de las casas de por ahí, no sé, de Nicaragua creo; vaya un pájaro, como la urraca, puso huevos en todos los nidos…
Así, como si Elisa viniera de las cavernas.
Comimos en casa de Emma. Mientras ultimábamos los preparativos, a petición de mi madre, Charles encendió la televisión. Mirad, mirad, nos llamaron. El Rey, con cara de circunstancias, anunciaba la abdicación: “Por el bien de la Corona y de España”, dijo. Mi madre se puso a hablar del 31. Bien niña era yo; menudo gentío; y cuánta alegría. Luego vino lo que vino: se le echaron encima desde el primer día y no la dejaron crecer. Después, tanto sufrimiento hasta que el dictador muriera en su cama; a ver si ahora lo hacen mejor. La miramos con asombro y algo contagiadas por su entusiasmo. Tuvo que ser Charles el que le dijera que no, que el Rey no se va, que abdica la Corona en su hijo. Y recordó la Constitución del 78, los sobresaltos, secuestros, crímenes, Parecía que no llegábamos: la izquierda defendiéndola, también en la calle, y la derecha actual tan en contra… Han caído tantos derechos sociales, hay tanta corrupción y tanto corrupto, han hecho tan poco por defenderla que la han dejado en manos de la derecha… Ya, dije yo, pero lo cierto es que la gente más joven demanda algo distinto, algo en lo que se sientan integrados, algo más justo y más limpio, empezando por la cabeza; yo también quiero eso. A todo esto, Emma callaba (parece que no le interesa lo que ocurre a su alrededor). Y tú qué dices, Emma, le pregunté. Que estoy hecha un lío. Veo que lo viejo no se sostiene, sobre todo porque sus defensores nadan en el desprestigio; y que lo nuevo no parece tener en cuenta que al día siguiente hay que comer, vestir, ir a la escuela, pagar impuestos y deudas, trabajar… Me inquietan las grandes ilusiones pues cuando dejan de serlo traen grandes desencantos; aun así, mejor será moverse que no hacer nada. Y por favor, que los debates sean serios y estén fundamentados; no creo que un estudio de TV con media docena de tertulianos sea el lugar más apropiado… A lo que yo contesté: Eso es verdad, porque los tertulianos, ¿eh madre?, como tú dices, hablan de todo y no saben de nada, si no, no darían tantas voces. Claro hija, respondió, y no hay parto sin dolor; lo malo es que con tantos padres, y tan peleones, la criatura, una vez más, puede morir de abandono; y luego, a llorarla otros cuarenta años.
Con disimulo, Elisa pregunta a Emma qué le da a Charles para que esté tan participativo. Le echo en el café unas gotas que le compré a un merolico, le responde; ay hija, espera que te cuente…
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