Te atrae el apellido porque algunos —Marsé es uno de ellos— dicen mucho en la narrativa española y, a la vista de algunas cosas que lees, llegas a una conclusión: se heredan el apellido, el linaje, los bienes, algunos rasgos físicos o de carácter, pero el talento no.
Encargo, de Berta Marsé, es una novela diría que apañadita. Recibida con todos los parabienes por la crítica, no en vano la autora cuenta con la representación de la agencia de Carmen Balcells y la edición de Herralde, la novelita, por la extensión, tiene todas las trazas de lo que es: una obra primeriza en la que la autora pretende, con una enorme economía de recursos, quizá su mayor mérito, tocar varios palos: metanovela, verismo y espontaneidad. Cuenta la peripecia de Desi (Desirée) y juega con la alteridad de Yesi (supongo que Yésica), niñas primero y después adolescentes de largo recorrido. En la novela se observa un lejano paralelismo, no sé si buscado o casual, con las historias de las dos amigas, contadas por Elena Ferrante.
Dije anteriormente que esta novela, por temas y ambientes, el carcelario, por ejemplo, me llevaba a la de otra autora, pero no; no tienen nada que ver. La obra a que me refiero es La calma de las arañas, de Consolación González Rico. En este caso, la autora y la novela penetran con rigor en ese ambiente. Personajes, puntos de vista y registros lingüísticos, así como el uso de la primera o tercera personas, consiguen una gran eficacia comunicativa sin menoscabo de la tensión que ha de existir en todo relato. Y, como esta autora tiene una buena producción literaria, procuraré hablar, espero que no muy tarde, de Las marcas del carbón, su última novela, recién publicada.
Pero ahora, en estos días, estoy sumido en El hoyo, novela escrita por Manuel Cerdà. Pronto diré algo.
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