
—Pero qué lindura.
—¿Qué?
—Qué lindura de lunar.
—¿Dónde?
—Ahí, donde pongo los labios, donde pongo la lengua, donde pongo…
A Jacinta un rayo le atravesó el cuerpo y Sergio le apartó la melena y le dio un suave mordisco en el cuello.
Más tarde tomaban un chupito y fumaban.
—¿Ahora lo descubres? —Jacinta coqueteó con el enfado.
—Ahora lo descubro, mi amor; antes, ya sabes. Tan tarde los dos y tú tan cansada.
—¿Yo cansada?
—Eso era lo que decías cuando metías los canelones en el microondas.
—Anda que tú, que nada más entrar… ni que llevaras el mando en el bolsillo.
—¿Seguimos?
—Seguimos —repitió Sergio como un eco.
Los portátiles descansaban en una mesa larga atestada de libros y papeles. Sergio comenzó a preparar la clase y la teleconferencia del día siguiente; Jacinta se dispuso a terminar unos balances urgentes.
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