Uno de los trabajos del narrador es el de hacer real aquello que está fuera de la experiencia, de modo que el oyente o el lector accedan a mundos imaginarios tan coherentes y verosímiles como lo vivido, visto y experimentado. Cuando esto ocurre, la audiencia, o el lector ensimismado, irrumpen en cuerpo y alma en el mundo de los cuentos.
A ese mundo nos lleva Ángel Sotillo desde esta colección de narraciones con su forma de contar ágil y amena, un mundo poblado de personajes con relieves y aristas, donde lo sobrenatural y lo fantástico penetra con naturalidad e instala al lector en ese ámbito.
Amor, costumbrismo, suspense, trascendencia, ciencia y lirismo son temas que sirven de base para construir los seis primeros relatos, y dejo para el final, con comentario expreso, Real de Catorce, último en el orden del libro, y el más largo y ambicioso.
Real de Catorce es un claro ejemplo de lo que se ha convenido en llamar ‘realismo mágico’. El auge y declive de la población mejicana que da nombre al título, así como la orografía de la región sirven de marco a un relato en el que se proyecta la sombra de Juan Rulfo y su Pedro Páramo, donde los vivos se cruzan con los muertos, dando cuerpo a ese medio vivir o reminiscencia que constituyen la memoria y la presencia de quienes aún no se han ido.

Los hechos, así los llamaremos, nos los cuenta, desde un avión en vuelo, Víctor, un joven que regresa de Méjico a España después de haber andado por Real de Catorce y sus viejas minas. Lo vivido, soñado o fruto de la alucinación invade los pensamientos de nuestro personaje a quien acompaña, en el asiento de al lado, un hombre con aspecto de indio que le da conversación y lo va orientando en sus despistes y desvaríos.
Todo relato está mediatizado por el punto de vista, y en este caso está contado en primera persona, lo que no impide al autor recurrir a la tercera cuando el relato lo requiere y hay necesidad de la corriente de pensamiento del personaje y hacerlo, digamos, más objetivo.
En conclusión, diría que Ángel Sotillo nos invita a entrar en su rico mundo literario, repleto de imágenes, lo que nos lleva a compartir su mirada, una mirada avezada y adiestrada para captar imágenes y pasarlas el paño de una fantasía rica y desbordante.
Pero nada mejor que compartir este fragmento:
“—No más dentro de unas horas ya estará en suelo patrio; aunque tal vez, después de haber conocido estas tierras eso de la patria o el origen le suene un poco lejano. A veces llegamos a descubrir que la tierra es algo más que el lugar donde uno nace. Llegamos de forasteros a un sitio y de repente sentimos el abrazo de una nueva tierra que nos acoge, no es difícil entonces darse cuenta de que los orígenes carecen de sentido porque sólo somos hijos de la tierra que pisamos ¿Sabe? Se cuenta que Simeón Tabares llegó un día de Distrito Federal a Real de Catorce para quedarse sólo unos días. Su único afán era, no más, recrear en sus cuadros algunos paisajes del pueblo. Debió ser tan bello lo que pintó que la propia tierra sintió celos y ya no permitió que Simeón Tabares la abandonara”.

Sobre el libro: Ángel Sotillo, Paisajes y derribos, editado por Grupo Literario Tintaviva. Madrid (2003)
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