No sabemos, mejor dicho, no alcanzo a saber si cada uno de mis actos me pertenece o pasa a ser un producto histórico; entiendo que lo que hago puede tener consecuencias, pero no le suelo dar mayor trascendencia, tanto si voy a por el pan como si participo, a la manera del joven Fabrizio del Dongo, en un Waterloo sin enterarme.
Estas palabras liminares vienen a cuento con lo que paso a decir: ayer declaró en el Tribunal Supremo Jordi Cuixart, a la sazón expresidente de Òmnium Cultural, enjuiciado en la causa que se instruye contra él y otros por los acontecimientos acaecidos en Cataluña en septiembre y octubre de 2017. No voy a entrar en los entresijos del asunto y menos, Dios me libre, a enjuiciar lo que en el Supremo se dirime; sí me paro, por eso el título, en el sentido trascendente y poético que se quiere dar a lo que, según Aristóteles, es la sucesión de los hechos uno detrás de otro.
Al parecer Cuixart, o eso es lo que le dice al tribunal, se incluye en una nómina en la que figuran Rosa Parks, Gandhi y Nelson Mandela, entre otros. Sin embargo, considerando los hechos, incluida su significación histórica, no veo al señor Cuixart en este trance por negarse a ceder el asiento a un español en el autobús que lo transporta; tampoco, por mucho que me esfuerce, puedo asociarlo con un Gandhi en su lucha anticolonial y antiviolenta; y mucho más me cuesta verlo encarcelado por oponerse al apartheid sufrido por los catalanes, sometidos al supremacismo español y sus leyes raciales. Esto no me impide afirmar sin reservas que el señor Cuixart y sus compañeros no deberían estar en la cárcel, pero sí, como todos, sometidos a la Ley y a la responsabilidad de sus actos; además, creo que deberían bajar a tierra y dejar de banalizar el sufrimiento.
Ya lo sé: la historia tiene que elegir entre conformarse con ser un relato humilde y prosaico en el que se constatan y analizan hechos, o ser la Historia, donde, sin renunciar a la hipérbole, los grandes hombres realizan grandes hazañas con una carga épica y por lo tanto poética, lo de los pueblos sería harina de otro costal.
Aunque, bien es sabido, en el terreno de las grandes pasiones domina la tragedia, pero algunos preferimos no llegar a la catarsis y nos conformamos con vivir la historia, y que nos la cuenten, como si fuera una vulgar novela.
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