Han pasado cuarenta y cinco años desde aquel maldito y aciago once de septiembre de 1973, cuando el gobierno constitucional chileno, presidido por Salvador Allende, fue derribado por el golpe perpetrado por el general Pinochet y otros adláteres de su calaña. Aquí el día era frío y otoñal, así es como lo recuerdo.
De los aciertos y desaciertos del Gobierno de la Unidad Popular, se ocupan y ocuparán politólogos e historiadores; yo sólo puedo recordar el espanto que me causaron las imágenes y noticias que fueron llegando a España. La del Presidente Allende y unos hombres jóvenes, de paisano y armados con metralletas, dispuestos a defender el Palacio de la Moneda, las de los aviones bombardeando el Palacio, las de la gente confinada en el Estadio Nacional, próxima a ser asesinada o a desaparecer, que es lo mismo. Por eso el once de septiembre lo tengo señalado en mi calendario.
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