Es lo que dice Sofía a todo el que la quiere oír. Porque, vamos a ver, dice, nunca es tarde si es para bien. Mucho han cambiado las cosas, porque aún me acuerdo de cuando nos teníamos que levantar más temprano que los demás mi abuela, mi madre y yo para encender la lumbre y preparar la comida y los desayunos, barrer, hacer camas, y luego, todos al campo a trabajar; bueno, la abuela se quedaba pero, ¿quién atendía a los animales y el huerto? ¿Quién tenía la mesa puesta? Ya me gustaría a mí haber hecho huelga entonces. Y es que las chicas, hoy se puede ver, son tan listas como ellos o más: todo es cuestión de tiempo; con empujones como éste y con inteligencia, a ocupar los puestos que nos merecemos y a ganar lo mismo, eso sí, igualando por arriba. Algunos, eso lo veo yo, hacen la compra, cambian el pañal al niño, friegan los cacharros, barren… pero todavía quedan muchos de los de ahí me las den todas. Ahora bien, me da gusto ver a una muchacha de aquí cerca, ¿cómo es que no te casas?, le pregunto, y me dice tan fresca: porque no me da la gana, Sofía; tengo mi trabajo, hago lo que quiero y no tengo que rendir cuentas a nadie. Toma, como yo, pienso, pero también creo que ellos no son nuestros enemigos, aunque algunos tienen tan pocas luces… Y volviendo a nosotras, la hija de una vecina viene todos los días deslomada. Trabaja en un supermercado como ayudanta, pero hace de todo: despacha, repone, descarga, cobra y embolsa en la caja, hace reparto; y luego tiene que hacer las cosas de la casa. Menos mal que la abuela se queda con los niños y los lleva a la guardería, los recoge, les da la merienda. Eso ahora que se le murió el padre, porque antes: cambiando pañales de niños y de viejos. Así que, ¿hay razones para ir a la huelga? Pues claro, hombre, pues claro.

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