Ando leyendo —Releyendo en algunos casos. Recuerdo un artículo escrito por Juan Goytisolo cuando éste tuviera la edad que yo tengo ahora, en el que decía que ya no podía permitirse el lujo de leer cualquier cosa, que prefería dedicar el tiempo a releer aquello a lo que daba importancia—, y me encuentro con estas consideraciones de Robinson Crusoe cuando por fin se toma un tiempo para pensar y reflexionar. Dice:
«El mundo se me aparecía como algo remoto, que en nada me concernía y del que nada debía esperar o desear. En una palabra, me hallaba del todo aislado de él y como si ello hubiera de durar siempre; me habitué a considerarlo en la forma en que acaso lo hacemos cuando ya no estamos en él; un lugar en el que se ha vivido pero al que ya no se pertenece».
Y continúa:
«Vivía ahora de un modo mucho más confortable que al comienzo, y con una tranquilidad harto mayor tanto para el alma como para el cuerpo. Me sentaba a comer sintiéndome lleno de gratitud, y admiraba la providencia de Dios que así tendía mi mesa en la soledad. Aprendí a estar reconocido a la parte buena de mi situación y a olvidar en lo posible la mala; prefería tener más en cuenta lo que me daba placer que las privaciones; y eso me hacía experimentar a veces tan secreto júbilo que no podría expresarlo, y si lo menciono aquí es solamente para llamar la atención de aquellos que no saben gozar alegremente de lo que Dios les ha dado porque solo ven y envidian lo que Él no ha querido concederles. Toda nuestra aflicción por lo que no tenemos nace de la falta de gratitud a lo que nos ha sido dado».
En fin, no sólo lo malo, repugnante e insoportable nos debe inducir a la reflexión; también merece la pena pensar en lo bueno que nos trae la vida.
Imagen: portada de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe con traducción de Julio Cortázar e ilustraciones de Carybé. La presente edición recupera la versión publicada en Buenos Aires en 1945 por Editorial Viau. Ejemplar sacado de mi biblioteca, editado por Libros del zorro rojo en 2015.
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