Son niños.
Conjugan la realidad con sueños.
El autobús se me ha antojado enorme. Del interior salía con su vocecita de cascabel una hilera de niños. Serían de infantil, no más de seis años. Los maestros, atentos, los encaminaban del vehículo al parque. Ellos, los niños, cada uno agarradito a la cintura o la espalda del precedente, cada uno con su mochilita a la espalda, con su bocadillo, quizá una pieza de fruta, una botella de agua, un refresco, un zumo, un yogur líquido; todos coreaban las mismas frases, y sus voces han sorprendido, detenido y alegrado mi marcha. Se harán mayores, pero hoy son niños, con los sueños intactos.
El sol, naciente.
Donde la mar se orilla,
Sólo mis huellas.
Caminando por ese milagro de bosque me ha asaltado el perfume desconocido y agridulce de todas las primaveras. No sé de dónde viene, entre arbustos, pinos, palmeras, pitas, dientes de león; no sé de dónde viene pero siempre sale a mi paso, en primavera. Y el mar. Encrespado, pero con ritmo de latido, tan crecido y ávido de playa: La mer, la mer, toujours recommencée.
Hemos acabado los trabajos. Es gratificante terminar y ver el resultado, placer que siente el artista con su creación y el artesano con su réplica. Y le pido a Mari Carmen que haga un poco de Sofía y piense en una receta para doña Rosa, para que vaya con ilusión al mercado y elija las viandas para componer el suculento guiso con que obsequiar a la joven fuerte y guapa que hemos dejado en el metro, disgustada y confusa.
“Malos tiempos para la lírica”, cantaban los de Golpes Bajos al principio de los Ochenta ¿Qué diríamos hoy? Sin embargo la voz poética no se extingue porque siempre habrá quien vea con sus ojos lo que otros sueñan. Vuelvo a este mundo de Internet y encuentro poesía y poetas por los cuatro costados. Voces y estilos para todos los gustos, poesía con la ilusión y la torpeza de los primeros tanteos y poesía con la densidad y elaboración propias de las que se mueven como pez en el agua. Y me permito señalar el día de hoy como el de la consagración de una autora de la que bien se puede decir que, parafraseando a Octavio Paz, hace de sus poemas “creación, poesía erguida”. Dentro de un rato, Isabel Fernández Bernaldo de Quirós presenta Las farolas caminan la calle, su tercer poemario, donde la poesía vuela como la cometa, sujeta al rigor de su mano, y alta y libre como el águila imperial. Es una poesía aparentemente sencilla, sin abalorios, condensada y liviana, en la que las palabras no suenan con el trompeteo de la gran orquesta sino con el tiento y el compás del conjunto de cámara. Si en algún sitio, en algún olimpo, existe una escala de poetas, Isabel, por méritos propios, se ha situado en un lugar prominente, con esta poesía madura y libre. Qué placer para el sentir y para el decir sintiendo; gran día para la lírica.
El del comienzo es un fragmento del poema Son niños, y el que le sigue un poema sin título, ambos de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, pertenecientes a su poemario Las farolas caminan la calle.
La fotografía es de Charly Senall, y la he tomado de Internet
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