¿Cómo comenzar? Hay arranques secos, rotundos, imperativos: “Llamadme Ismael”; otros llaman nuestra atención sobre lo insólito y extraordinario que nos van a contar, y añaden un punto de ironía: “Yo por mi bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondan tanto los deleite”. Pero la historia que os voy a contar tiene otro comienzo. Para ello me tengo que remontar a una mañana, no recuerdo si de noviembre o de marzo, digo esto porque no era demasiado temprano y había poca luz, el cielo estaba nublado, el ambiente húmedo, y yo había salido con la que entonces era mi perra a dar el primer paseo. Como todos los días, ella correteaba entre tomillos y retamas, venteaba las piezas refugiadas al calor de la espesa vegetación, y si alguna salía, emprendía una veloz carrera destinada al fracaso. Cuando la llamaba para la vuelta, se hacía la remolona, pero acababa por reunirse conmigo.
La mañana a la que me refiero, cuando iniciamos el camino de vuelta a casa, un rumor creciente se alzó a nuestras espaldas. Dejamos de andar, miramos hacia arriba, y vimos sobre nuestras cabezas algo como un reverbero, una palpitación espléndida y excitante que se expandía y estrechaba como un corazón. Mirábamos extasiados y nos miramos con ojos de asombro. Nunca acertaré a saber si Lita, que así se llama la que entonces era mi perra, contempló aquel fenómeno más allá de la necesidad con que opera su instinto, pero nunca dejaré de afirmar que la mirada que cruzamos, al menos la suya, era una mirada inteligente. La nube, después de hacer varias filigranas y diversos movimientos de danza, tomó forma de flecha y se alejó de nosotros. Era una bandada de estorninos. Aquella imagen quedó impresa en mi memoria, y de vez en cuando, como ahora, viene a visitarme. Como aquel día en que iba a escribir un relato -bueno, en realidad quien lo escribió fue madamebovary-, que ha quedado inconcluso, y que comienza así:
Vestida de besos, peinada con la urdimbre de sus amorosos dedos, estrenó el día como si las campanadas de la hora anunciaran el cortejo de estorninos que balanceó el cielo con la música de sus alas y el capricho de sus formas cambiantes: un corazón, una gota, una bandera, un pañuelo de buenos días… En la mochila, bata, zapatillas y una novela para leer en el Metro. Hoy, doña Rosa, su tarta de manzana y su conversación. Detergente y lejía. A la noche, revivir la piel, pintada con el pincel de su jugosa boca…
En fin, que iba a referirme a mis heterónimos, pero se me ha ido el santo al cielo. (Continuará)
La imagen ha sido tomada de Internet
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